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El ruidito

La canica estaba justo al borde de la estantería cuando pasó el metro por debajo del bloque de edificios; no hacía casi ruido pero sí el suficiente para provocar una pequeña vibración en el cuarto, solo perceptible para las almas mas sensibles.

Esta casi imperceptible vibración provocó que la canica poco a poco se fuera moviendo, hasta que llegó justo al borde, lo inevitable se acercaba, las leyes de la fisica casi nunca se equivocan, y asi sucedió: la canica se deslizó justo por el borde de la estanteria y cayó al suelo. Nació el protagonista de nuestra historia, el ruidito Josele.

El ruidito Josele salió disparado desde el suelo a una velocidad increíble, subió hacia el cielo, buscando los rayos de sol que se metían por la ventana entre los dibujos de las cortinas.

También buscó a ras de suelo, atravesando la infinidad de juguetes desordenados que había esparcidos por el suelo, atravesó una casa de muñecas, un balancín de madera con quien estuvo balanceándose un ratito.

Pero donde mas se divirtió fue en un pequeño piano, ya que a su paso despertó un sin fin de ruiditos que le saludaban. «¡Hola Josele! Buen viaje», le decían entre risas de felicidad, «Es una gran suerte ser un ruidito con un nombre, Do, Fa… y que la gente disfrute oyéndote», pensó Josele a gran velocidad. Pero él no tenía tiempo que perder, necesitaba encontrar lo que todos los ruidos buscan, una oreja que les oiga.

Había algunos juguetes que no podía atravesar y entonces se quedaba jugando con ellos, como una pelotita de goma a la que consiguió mover un poquito.

Josele estaba feliz de haber nacido y correteaba a toda velocidad atravesando el cuarto, buscando algo, pero él sabía que le quedaba muy poco tiempo, y todavía no se había respondido a la pregunta que todos los ruidos se hacen, desde los más grandes hasta los más pequeñitos, ¿realmente existimos?

¿Si nadie me oye, soy real?

Tenía muy poco tiempo para encontrar una oreja que le legitimara como fenómeno fisico.

–¡Qué sentido tiene ser un ruidito si nadie me escucha!– lloraba Josele mientras atravesaba la puerta ya totalmente debilitado.

Sentía que su energia se acababa y que conforme fuera avanzando cada vez sería más imperceptible.

De repente cuando Josele ya creía que desaparecería sin saber quién era realmente, sin haberse realizado como ruidito, sin haber tenido la sensación de existir, ya cansado de buscar, sintió que atravesaba una extraña cortinilla y se vio envuelto como en una montaña rusa, Josele no podia creerlo.

Habia entrado en una oreja, una orejita sonrosada y aún húmeda del ultimo baño.

Aunque Josele hubiera podido continuar buscando otras orejas, él se conformaba con la de Marta, por fin su vida tenía sentido.

Ahora estaba seguro de que había existido. Podía desaparecer en paz.

Marta oyó un chasquido, como si algo se hubiera caído, se levantó del suelo, fue hacia su madre y dijo «¡Te ayudo a poner la mesa, mami!»