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Grnf

Grnf escogió compañera. Agarrándola por el cabello, la arrastró hasta su rincón en la cueva y la montó como el burro monta a la burra, como el perro monta a la perra.

Mi deseo no es, ni de lejos, tan primitivo como el de Grnf. Los hombres hemos ganado en sofisticación con el paso de los tiempos y el desarrollo de las religiones.

Hoy escojo a ésta, la chica de naranja que duerme a mi lado en el autobús –o está allí, sonriendo, al final de la barra–, la imagino desnuda, de pie, morena, de espaldas a mí, las ingles formando un ángulo de unos treinta grados, el cuerpo algo inclinado hacia adelante, las muñecas esposadas a un poste (preferiblemente metálico).

Imaginaciones mías, nada más, pues ya sé que ella no aceptará de buen grado mis ansias de sofisticación.

Por tanto, la tomo del cabello, la arrastro hasta un rincón, la monto como el burro monta a la burra, como el perro monta a la perra.