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Seisdedos

El confesionario es ya un lugar habitual, cómodo, creo que no lo cambiaría por una cama. Al cura le gusta escuchar, si bien no muy atentamente, los pecadillos de las beatas mientras se la chupo.

Me gusta el café. Estoy loca por el café. En realidad estoy simple y llanamente loca. El café me gusta.

El Padre José es un señor muy bueno. Yo le digo siempre «que bueno es usted» y él me da sesenta pesetas y dice «y tú eres un ángel», yo sé que lo dice de todo corazón y por eso le dejo que se me corra en la boca, que a otros no les dejo, no se vayan a pensar; por eso y porque me da pena que se manche la sotana, no por la mancha en sí, que casi no se ve, sino porque la tela se acartona y eso sí que está feo.

A veces pienso que estoy muy muy muy muy loca, y me pregunto cómo de loca puedo llegar a estar y cuento los muy en voz alta: «uno, dos, tres, cuatro, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce, trece, catorce, dieciséis». Me doy cuenta de que algo anda mal y como me gusta el café voy a la iglesia, se la chupo al Padre José y mientras tanto miro los dedos de mi mano izquierda y los cuento, esta vez sin alzar la voz ni la cabeza «uno, dos, tres, cuatro, seis», algo falla, yo antes no tenía seis dedos en la mano izquierda, en la derecha sí, pero en la izquierda yo creo que no tenía tantos dedos antes. Sin dejar de chuparla me pongo a rezar a nuestro Señor Jesucristo que en la gloria esté, y luego pienso un Padrenuestro y cuando voy por aquello de perdonar a los deudores el Padre José, que todos dicen que es un santo, se corre, y a mí me gusta el semen porque está caliente, aunque no tan caliente como el café muy caliente que es el que más me gusta aunque siempre me quemo me quemo me quemo, y el Padre José me besa en la frente y me dice «eres un cielo Rosita» y yo respondo «y usted un santo» y me da sesenta pesetas y me voy a tomar un café.

El camarero es muy guapo, pero no entiende porque siempre pido el café muy caliente y me lo tomo rápido rápido y me pongo a chillar porque me quemo y todo el bar me mira, y ellos tampoco entienden, no entienden nada porque no les ha crecido un dedo de más mientras dormían, y para explicarme me coloco en el centro del local y como un prestidigitador atraigo la atención del público y levanto la mano izquierda para que todos la vean bien y cuento los dedos en voz alta porque ahora no tengo nada en la boca «uno, dos, tres, cuatro, seis» y todo el mundo se ríe, yo no sé porqué, pero no me da vergüenza porque todos se ríen siempre de mí, todos menos el Padre José que es un santo y siempre me da sesenta pesetas para tomarme un café; se ríen muy muy fuerte y yo quiero otro café y le digo al camarero que es muy guapo «te la chupo si me pones un café» y me dice «no te molestes, yo te invito» y me pone un café muy muy muy muy caliente y yo pienso que es marica, el camarero, yo no sé si a los maricas les gusta que se la chupen, pero me da igual porque a mí me gusta imaginar que el camarero piensa que tengo las piernas bonitas y que estamos los dos desnuditos y él me dice que me la quiere meter por el culo, entonces yo me arrodillo y él me acaricia las tetas que siempre me acomplejan porque son muy pequeñas, pero a él no le importa, y bajo la cabeza poco a poco hasta el suelo y me apoyo sobre la oreja izquierda porque así ofrezco mejor perfil mientras él empieza a urgarme el culo con el dedo medio de la mano izquierda y yo pienso «qué suerte» porque yo no tengo dedo medio de la mano izquierda, si lo tuviera también me lo metería en el culo y me tomo el café y me quemo, pero esta vez no chillo porque todo el mundo me mira y yo les miro a ellos con mucha envidia porque tienen dedo medio de la mano izquierda.