Violines
Joaquín construye violines y antes de venderlos encierra en ellos las más temibles criaturas venenosas.
Joaquín odia a los violinistas.
Joaquín construye violines y antes de venderlos encierra en ellos las más temibles criaturas venenosas.
Joaquín odia a los violinistas.
Construímos un pequeño zulo en casa, entre toda la familia, para jugar a los secuestros.
La primera en pagarla fue abuelita. La tuvimos 443 días a pan y agua.
Tras su larga vida de estudioso, no pudo llegar a concluir si lo primero fue la palabra o el artículo.
Me encanta ver llover rostros desde la ventana. Será porque el rostro es el espejo del alma. El problema de las lluvias de rostros es el día después. O se limpia pronto la calle o los rostros se agusanan y la ciudad apesta.
–¿Crees que serán de chocolate?
–¿Qué? ¿Quiénes?
–Los negros
Eso sonaba fascinante. Dejé de patear el balón contra la pared y saqué el regaliz de palo, el de pensar. Sí, sonaba fascinante, pero nunca habíamos visto un negro de verdad quitando el rey Baltasar, y probablemente –y al pensar esto se me vino el mundo abajo– nunca llegáramos a ver uno, y en caso de verlo, ¿dejaría que unos críos como nosotros le chuparan? Y por otra parte ¿a qué venía esta pregunta de Sergio?
–¿A qué viene eso?
–¿Qué dices?
Me saqué el regaliz de la boca e insistí.
–Digo que a qué viene eso, lo de los negros de chocolate.
–Ah, es porque hay un niño nuevo en el cole. Y es negro como el chocolate. ¿No lo sabías?
–La primera noticia que tengo.
Pasamos la mañana haciendo conjeturas respecto a la materia de que estaban hechos los negros, pero no llegamos a resolución alguna. Nadie sabía nada al respecto. Ni siquiera Eduardo Blasco que llevaba gafas y se sentaba en primera fila y sabía más que ningún otro de la clase de casi todas las cosas, pero no sabía jugar al fútbol ni a las chivas. Decidí consultar al hombre más sabio del mundo. Mi abuelo.
Yo Abuelo, ¿los negros son de chocolate?
Abuelo (Ríe) Por dios hijo, qué preguntas más tontas haces.
Respuesta que no resolvía la cuestión planteada. Al día siguiente, nadie había averiguado nada sobre el tema. Ni siquiera Eduardo Blasco, que había consultado una enciclopedia. «En la entrada de chocolate –explicó– no menciona para nada a los negros. Y en negro dice algo de la raza melánida, pero no sé si eso es un sabor».
Así que resolvimos hacernos amigos del niño negro y le invitamos a jugar al fútbol con nosotros. Y, sorpresa, en el partido del recreo, con dos equipos de dieciocho jugadores, el negro –que desde entonces fue llamado por todos Aaron y no «Eh, tú, negro»– marcó cuatro goles, convirtiéndose así en un niño respetado por todos. Excepto por Eduardo Blasco, que no sentía ningún interés por el fútbol.
Tras unos días de sano compañerismo, gratos partidos de recreo y vanas indagaciones, decidimos preguntarle. Y Aaron, que venía de Vallecas y no del África, contestó:
–Jo, tronco, es que sois gilipollas los de este pueblo.
Sergio se sintió herido en su orgullo maño, y se enfadó muchísimo.
–Te voy a matar –dijo, y se fue a por él. Aaron se echó a correr y todos detrás suyo. Muchos se quedaron atrás pero Sergio y yo le dimos alcance tras perseguirlo tres o cuatro manzanas. Yo lo sujeté por detrás.
–Ahora deberíamos morderle –propuse
–A ello voy –y mordió. Aaron comenzó a chillar y a patalear intentando soltarse. Esfuerzos inútiles, puesto que yo, sin ser bueno al fútbol ni a las canicas, era el más alto, velludo y fuerte de mi curso. Sergio en cambio, sí soltó su presa.
–Ostras tú, que es un niño de verdad.
–Pues claro, imbécil –se quejó el negro.
Lo solté y se fue corriendo. No lo seguimos. Desilusionados, entramos en una tienda de chucherías y compramos duros de chocolate. Caminamos hasta el descampado donde más tarde construirían la piscina municipal, y allí nos sentamos a reflexionar sobre nuestro error, porque el profe había dicho que si reflexionábamos sobre nuestros errores aprenderíamos de ellos. Y recapacita que recapacita y vuelve a recapacitar, concluimos que:
a) nos habíamos equivocado de cabo a rabo y
b) si los negros fueran de chocolate, se derretirían.
Un día, dios me pidió que comprara una motosierra, fuera al bosque, talara un árbol y rezara tres avemarías.
Pero no sé qué es un bosque. No sé qué es un árbol.
La idea de comprar un búho real surgió de mi hermano. Hay que reconocer que cumplió su papel: que los gatos no entraran en el huerto, porque se meaban en los tomates nuevos, verdes, incipientes. El problema es que ahora que no quedan gatos no podemos salir de casa. A mi hermano se le ha comido tres dedos, a mí un ojo y una oreja. Esperamos, vehementes, que pronto migre a por alimento, a otro barrio, o a otra dimensión.
La peonza luminosa se la pedí a los reyes el año pasado y yo creo que es lo que más me mola de todos mis juguetes. Por eso no se la dejo a nadie. Por ejemplo, la playstation me da más igual, y Lizer y Chabi se vienen muchas tardes a jugar. Pero la peonza, no.
Sara es mi hermana, y es gilipollas, porque lo sabía y ha cogido la peonza sin pedirme permiso. Por eso me voy a esmerar en el castigo. Cojo cinta americana, bolsas de basura y el cuchillo cebollero.
No nos gusta Lucía, nunca nos ha gustado. Si nos la comemos es porque mi madre es muy severa.
Se vende jotera: buena presencia, impecable vibrato, con mantón, moño y pendientes. Consume poco. Diésel. Aire acondicionado, infinitas posibilidades en fusión con house y drum'n'bass. 6,5 W + graves. Precio a convenir