La cajita es de madera, pulida y encerada, con un motivo floral tallado a navaja. En ella guardo mechones de pelo, recuerdo de mis triunfos amorosos: pelirrojo, de Alejandra, en clase de octavo; negro, de Susana, en el insti; rubio, de Silvia, un verano en Comarruga; blanco, de la perra de mis tíos, Boira.
Le gustaba pastar en la pradera de detrás de mi jardín. Al principio rehuía mi presencia, pero se fue acostumbrando a mí. Fue ir soltándose y cogiéndome confianza y me contó que trabajaba de profesor de derecho penal en la facultad. Un día se quedó a vivir; desde entonces dormimos en el establo.
Y era éste un país tan bárbaro que sus habitantes devoraban las calabazas sin permitirles pronunciar palabra alguna en su defensa.
El genio apareció, como suele ocurrir, al frotar una lámpara mágica, pero no lo hizo para concederme tres deseos sino para ofrecerme cierta información de interés: «Si deseas llegar a ser un escritor de éxito, nunca empieces un cuento con la letra e.»
Así lo hago.
El gusano asomó, entre bostezos, y en voz apenas audible dijo algo que no entendí, guiñó un ojo y me lanzó un besito muac.
Lo aplasté con la uña y acabé el melocotón. No hallé hermanos que le lloraran.
Entonces tuve esa sensación: «En el Sistema Solar hay un noveno planeta. Lo llamaré Plutón.»
Eufórico, telefoneé a Julián para que convocara una rueda de prensa.
Era un plan perfecto; nos había llevado meses elaborarlo, corregirlo, perfeccionarlo. Llegado el momento, le colocamos un enorme lazo de seda roja.
Berta lo pasea cada mañana.
Abrió la boca y no fue una mosca sino el minúsculo y último langostino alado de cuello corto quien entró a curiosear entre sus caries.
Cerró la boca, tragó saliva y otra especie extinguida.
Sonó por la radio el Cascanueces de Tchaikovsky; lo reconocí porque mi madre lo ponía en el tocadiscos cuando era niño. Confieso que un atisbo de ternura me hizo sonreír, pero seguí apuñalándola.
Una marea celeste y rosa de bebés, qué lindos, esperando la visita de su santidad. Ay, pero el santo padre se retrasa, los niños se aburren y nadie les trae la cena.
Todavía no hablan, muchos de ellos no tienen dientes o apenas gatean pero... vean, vean cómo se lanzan unos sobre otros, hambrientos, y cómo al celeste y al rosa se suman el rojo de la sangre y el gris, el verde, el marrón el azul y otros colores propios de los ojos que ruedan por el suelo.
Qué lindos nenes.