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Fracaso

Decidido a acabar con mi vida, me arrojo al paso del tranvía. Un joven se tumba junto a mí, sin pedir permiso, mientras el convoy llega y no llega. Al poco, una pareja se acomoda a nuestro lado.

Cuatro personas tendidas son suficientes para alertar al tranviario, que comienza a frenar la marcha del vehículo. Cuando el tranvía se detiene a un palmo de mi brazo izquierdo, los individuos tumbados en el suelo se pueden contar –hay quien lo hace– por docenas.

El mundo del arte me loa y me concede el no deseado título de Rey de la intervención urbana y considera la Tumbada sobre las vías como mi primer gran éxito.

Yo, que la considero un fracaso, me decanto por el salto al vacío.