La caravana de papá
Papá compró una caravana, como las del oeste, o por lo menos como las de las pelis del oeste, y dos caballos, uno canela y blanco y otro negro. A mi tata y a mí nos pareció fantástico, es guay tener caballos en casa, aunque en el cole todos los niños nos llamasen mentirosas cuando lo contábamos.
Papá decía que era un sueño que había tenido desde que era pequeño como nosotras (aunque yo no me creo mucho que papá haya sido pequeño como yo, ¿entonces, cómo iba a tenernos a mí y a la tata? –contradicciones de los mayores), y que ahora que era grande, tenía dinero y podía permitírselo, pues por qué no iba a hacerlo.
El problema era mamá, que decía que no se puede vivir en un séptimo en las Delicias con dos caballos y que la caravana no iba a caber en el comedor. Mamá siempre ha sido bastante aguafiestas. Entre la tata, papá y yo la atamos, la amordazamos y la bajamos al trastero.
A la semana ya nos dimos cuenta de que mamá tenía razón: los caballos llenan todo de caca, las pacas de paja caben justas en el ascensor y hay que subir andando, y la caravana no cabe en el comedor…
Pero ahora con lo enfadada que debe de estar, a ver quien la desata…