Los calcetines, la vecina
Cuando la vecina llamó al timbre para devolverme un calcetín caído del tendedero, no di importancia al asunto.
Dejé el calcetín en cualquier parte, regresé al sofá, continué viendo los Teletubbies.
Al día siguiente, la vecina regresó, trayendo esta vez un calzoncillo. No me pareció nada del otro mundo. Abandoné la prenda en una silla, lié otro canuto.
Esa misma tarde, la vecina me devolvió una camiseta. A la noche trajo un pantalón. A primera hora de la mañana, unos zapatos.
Ahora sí, sospeché que algo extraño ocurría: los zapatos eran marrones.
No me dio tiempo a pensar mucho en ello, pues a los pocos minutos la vecina volvió, esta vez con un jersey de lana bastante feo, un mono de mecánico, un tricornio, una estola de adviento y una capa de tuno.
Extrañome. Acepté las prendas, di las gracias, cerré la puerta.
Poco a poco fui recopilando todo aquello que a la buena señora se le ocurría introducir en mi casa. El espacio habitable de mi hogar fue reduciéndose, por todas partes se veían prendas amontonadas. Llegó el momento en que no me atreví a encender la cocinilla por miedo a prender fuego a la vivienda.
Ahora, mientras escribo esto, oigo llamar a la puerta. Será la vecina. Quisiera abrir y decirle, Por favor, no traiga más ropa, la situación comienza a ser desesperada, llevo más de un mes buscando mi cepillo de dientes.
Quisiera abrir, sí, pero no veo manera de abrirme camino hasta la puerta.