Liru, liru…
Iba silbandito de vuelta a casa para ver la retransmision del partido cuando me topé, en medio del sendero, con un conejo gordo haciendo el pino.
–¡Aparta, mamifero extravagante!- le conminé.
El bicho seguía boca abajo, haciendo el tonto, pasando de todo, orondo como una bola.
¿Como una bola? Me miré el borceguí del cuarenta y seis…
Voló ocho, diez, quince metros, hasta estrellarse en el tronco de un arbol.
–Mierda, fue poste…– me dije mientras retomaba mi camino, cojeando un poco, con el pie dolorido pero bastante confiado de que íbamos a ganar.