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Mingo Lopez

Mingo Lopez, vive –cree– en el sur, pero muy a su pesar no del cuento. Escribe a veces, tiene editado de puro milagro algun que otro libro que mira –no se relee nunca– meditabundo y suspiroso. Y quiere vagamente llegar algún día a algo, pero aún no sabe a qué.

Sus cuentos en Mundo Du

Sin ti

Estaba tan solo y tan triste que se me cayó la nariz, partiéndose la pobre en el suelo como un florerito. Lo que me faltaba, me dije mientras me sujetaba la cabeza con las manos, temeroso de que también, de un momento a otro, se me desprendiera. Pero tuve suerte y solo se me cayó, gorda, una gran lágrima y entonces pensé, suspirando, que al menos no tenía espejos en casa ni, desde que te fuiste, una piel agradable para oler ni flores hermosas para poner en agua. Así que seguí allí de pie, como tantos meses atrás, frente a la puerta, con los brazos abiertos por si volvías y entrabas de improviso y ahora ya sin nariz y casi sin lagrimas. Y más triste aún, amor mío.

Gánster

El mosquito vino para picarme, estoy seguro. Primero dió varias vueltas de reconocimiento sobre mi cabeza, relamiéndose y sin quitarle ojo al lustre de mi calva. El lugar ideal para un discreto aterrizaje y una posterior y placentera succión, deduje achinando los ojos. Lo oí zumbar y me quedé quieto, con el pitillo en la boca. Se posó disimulando sobre mi mano derecha –que dejé astutamente como cebo sobre la mesa– y aunque soy diestro, aproveché que la tenía cargada, la saqué con la zurda de la sobaquera y apunté lo mejor que pude.

–Muere, vampiro– dije apretando el gatillo.

El tiro lo reventó, salpicando de tripitas y de sangre la pared. Y entonces, sonriendo, con la Beretta en alto por si volvía otro, fui a quitarme el cigarro de los labios y no pude.

El Gran Circo Modín

El payaso de las bofetadas no se pudo borrar nunca la sonrisa cándida de amigo bobo que llevaba dibujada en la boca hasta el día que lloró, no se sabe si alternando debidamente un rato de alegría y otro de pena, cuando su compañera de cama y pista, la fantástica mujer barbuda, dio a luz espectacularmente a un bebé rollizo que nació completamente barbilampiño pero, nada en esta vida es perfecto, muerto de la risa.

Liru, liru…

Iba silbandito de vuelta a casa para ver la retransmision del partido cuando me topé, en medio del sendero, con un conejo gordo haciendo el pino.

–¡Aparta, mamifero extravagante!- le conminé.

El bicho seguía boca abajo, haciendo el tonto, pasando de todo, orondo como una bola.

¿Como una bola? Me miré el borceguí del cuarenta y seis...

Voló ocho, diez, quince metros, hasta estrellarse en el tronco de un arbol.

–Mierda, fue poste…– me dije mientras retomaba mi camino, cojeando un poco, con el pie dolorido pero bastante confiado de que íbamos a ganar.