Progresiones
La rana llegó a su casa machacada por la jornada de trabajo. Subió despacito los escalones que separaban el patio del tercero derecha y suspiró mientras buscaba las llaves en el bolsillo.
Así no podía seguir y lo sabía. Se estaba dejando la piel, total, para nada. Con la mierda de contrato que le habían hecho hace tres años, renovado tres veces y sin perspectivas de mejorar ni un ápice, en cualquier momento se volvería a encontrar en la fila del paro. Además, en el nenúfar que le tocaba esta semana y la siguiente no encontraba la postura y empezaba a tener un dolor continuo de espalda, sabía que para el viernes la molestia se iba a convertir en un infierno.
Lo único que le consolaba un poco era echarse, de vez en cuando, un chupito de ron antes de irse a la cama. El problema era que cada vez se lo echaba menos de vez en cuando y más cada noche. Todavía no se había dado cuenta (es lo que tienen las adicciones) que hacía ya tres meses que era una costumbre en lugar de un lujo.
El día siguiente fue el primero que desayuno ron y llegó un poco contenta al trabajo.
Antes de que le tocara cambiar de nenúfar ya estaba en el paro.
Por aquí pasa alguna vez llamando a los timbres para ver si alguna alma piadosa le da unos céntimos. A mi me preocupa. Como es tan pequeñita y verde, como el parquet, un día la van a pisar.