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Choan Gálvez

Nacido en Zaragoza en 1976, Choan comenzó a escribir porque, después de haberlo leído todo seguía aburriéndose en el trabajo. Algún sinvergüenza leyó sus primeros cuentos y opinó que eran buenos. Choan le creyó.

Ahora Choan vive en Barcelona y le dedica más tiempo al ukelele que a la literatura.

Sus cuentos en Mundo Du (página 1 de 6)

Lentejas

Comencé a preparar las lentejas según la receta que siempre uso, a saber: sofrito de ajo, cebolla, tomate, zanahoria, chorizos, morcilla, arroz. Lo último que agrego a la mezcla son las lentejas (he de confesar –madre, perdóname– que las uso de bote).

Todo bien, en marcha, aunque a mí las lentejas en julio... pero Óscar quería lentejas y yo soy fácil de convencer.

Pues bien, aquel día, las legumbres tomaron el poder: nada más echarlas a la olla, comenzaron a extender patitas a razón de cuatro patitas por lenteja. Abrieron furiosas bocas y la tomaron con el chorizo.

Algunas de ellas, exhibían, cielo santo, virgen del amor hermoso, san blas protégenos, diminutas armas primitivas. (Luego supe que esos palitos que agitaban eran peligrosísimos.)

Mientras Óscar trataba de salvar algún bocado de chorizo del ataque lentejil, yo trazaba un plan.

Telefoneé a mi sobrino. En pocas palabras, le dije:

–Sobrino, ven.

Acudió a mi llamada.

Las lentejas, al ver un muchacho tan alto y guapo, saltaron de la olla y comenzaron a apilarse frente a él. Diríase –poco después lo comprobamos, de hecho– que la lenteja reina pretendiera hablar con mi sobrino cara a cara.

Habló:

–Trss kkl rrn knn.

Mi sobrino, que había pasado el verano en Irlanda, respondió, firme, sereno, valiente:

–Knn rss kln r.

Las lentejas palidecieron. Óscar intervino:

–La lunaaaaaaaa.

La montaña de lentejas se vino abajo, y cada una de ellas buscó refugio en una esquina. Como no había esquinas suficientes para todas, se dispersaron por toda la casa. Enseguida comprobamos que eran inofensivas y en pocos días nos acostumbramos a tenerlas por ahí, bailando, cantando y jugando con los gatos (insistían en enseñar a hablar a los felinos).

La casa es ahora purita felicidad. Está más limpia que nunca (las lentejas son muy escoscadas), y hace ya tres veranos que no nos pica una pulga.

Abordaje

Tres hombres de aspecto salvaje abordan mi casa y, machete en mano, me exigen que escriba un cuento de gatos.

Los ignoro y, según suelo hacer los domingos, escribo una sencilla historia de piratas.

Herencia

Heredé de tía Ágata sus gatos y su libro de recetas. Los cociné, los comí y lloré por tita.

Trueques

Abel y Joaquín se intercambian objetos a diario. Ayer canjearon una batuta y una aguja de zapatero.

Y no pasó nada.

Pero el trueque de hoy cambiará el mundo.

Despertar

En episodios anteriores he despertado solo o acompañado, con y sin resaca, tiritando de frío o bañado en sudor. Pero esto de hoy es inaudito, no tiene nombre: me he despertado creyendo en dios. Con fe firme. Sin resquicios.

Tomo un vasito de agua y regreso a la cama. Ruego a nuestro señor para despertar ateo y con ganas de hacer pis, según tengo por costumbre.

Fracaso

Decidido a acabar con mi vida, me arrojo al paso del tranvía. Un joven se tumba junto a mí, sin pedir permiso, mientras el convoy llega y no llega. Al poco, una pareja se acomoda a nuestro lado.

Cuatro personas tendidas son suficientes para alertar al tranviario, que comienza a frenar la marcha del vehículo. Cuando el tranvía se detiene a un palmo de mi brazo izquierdo, los individuos tumbados en el suelo se pueden contar –hay quien lo hace– por docenas.

El mundo del arte me loa y me concede el no deseado título de Rey de la intervención urbana y considera la Tumbada sobre las vías como mi primer gran éxito.

Yo, que la considero un fracaso, me decanto por el salto al vacío.

La cuerda de re

Sucedió que el lunes un destello azul visitó nuestro salón y la cuerda de re, la cuarta, desapareció sin dejar rastro, señas, ni armónicos.

Ayer recibimos postal suya: estudia suomi y ha aprendido a cocinar unos tallarines deliciosos que promete preparar pronto para todos nosotros.

También para ti.

De la necesidad de la novela

Dos hombres discuten, caminando las llanuras del Sukandú, la necesidad de la novela.

El hombre más bajo la niega.

El más alto cae y muere.

Los calcetines, la vecina

Cuando la vecina llamó al timbre para devolverme un calcetín caído del tendedero, no di importancia al asunto.

Dejé el calcetín en cualquier parte, regresé al sofá, continué viendo los Teletubbies.

Al día siguiente, la vecina regresó, trayendo esta vez un calzoncillo. No me pareció nada del otro mundo. Abandoné la prenda en una silla, lié otro canuto.

Esa misma tarde, la vecina me devolvió una camiseta. A la noche trajo un pantalón. A primera hora de la mañana, unos zapatos.

Ahora sí, sospeché que algo extraño ocurría: los zapatos eran marrones.

No me dio tiempo a pensar mucho en ello, pues a los pocos minutos la vecina volvió, esta vez con un jersey de lana bastante feo, un mono de mecánico, un tricornio, una estola de adviento y una capa de tuno.

Extrañome. Acepté las prendas, di las gracias, cerré la puerta.

Poco a poco fui recopilando todo aquello que a la buena señora se le ocurría introducir en mi casa. El espacio habitable de mi hogar fue reduciéndose, por todas partes se veían prendas amontonadas. Llegó el momento en que no me atreví a encender la cocinilla por miedo a prender fuego a la vivienda.

Ahora, mientras escribo esto, oigo llamar a la puerta. Será la vecina. Quisiera abrir y decirle, Por favor, no traiga más ropa, la situación comienza a ser desesperada, llevo más de un mes buscando mi cepillo de dientes.

Quisiera abrir, sí, pero no veo manera de abrirme camino hasta la puerta.

Enamorados

Una pareja de enamorados se besa en la playa al atardecer.

Un comelucas los observa: sonríe enternecido y se come a Lucas.