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Diago Lezaun

Sus cuentos en Mundo Du (página 2 de 3)

El novato

El guardia de seguridad está nervioso y asustado. Yo nunca he currado de esto, bueno, ni de esto ni de casi nada, piensa (suponiendo que los guardias de seguridad piensen). Además, no sé ni si valgo para esto, me asusto enseguida, no sé como reaccionaría si me encontrase con un chorizo. Oye un ruido detrás, la adrenalina rebosa el vaso, saca la pistola reglamentaria, se gira y vacía el cargador a bocajarro. Un segundo: estruendo; otro segundo: silencio atronador; otro segundo y un cuerpo como un paquete de carne picada cae al suelo. Mujer de la limpieza con clásico uniforme de empresa azul. El guardia de seguridad suda, palidece, tiembla, se mete la pistola en la boca y aprieta el gatillo. Un clic. Nada. Más silencio. Cargador vacío, recuerda. Se relaja un poco la tensión y llega el llanto. Cinco minutos después la policía.

Comunicando

Ya hace días que intento hablar con dios. He probado a llamarle por la mañana temprano (todo lo temprano que yo concibo, que es a las nueve), a mediodía, a la hora de comer de los funcionarios (a partir de las cuatro), a media tarde, a la noche y a las tres de la mañana, y siempre me da comunicando.

Me empiezo a plantear si realmente existe o es un personaje inventado, como las supernenas. Por si acaso, como con estas cosas nunca acabas de saber, sigo rezando, paso de robar en el Mercadona y, aunque me pone mogollón, no le tiro los tejos a Esther, porque tiene novio.

La caravana de papá

Papá compró una caravana, como las del oeste, o por lo menos como las de las pelis del oeste, y dos caballos, uno canela y blanco y otro negro. A mi tata y a mí nos pareció fantástico, es guay tener caballos en casa, aunque en el cole todos los niños nos llamasen mentirosas cuando lo contábamos.

Papá decía que era un sueño que había tenido desde que era pequeño como nosotras (aunque yo no me creo mucho que papá haya sido pequeño como yo, ¿entonces, cómo iba a tenernos a mí y a la tata? –contradicciones de los mayores), y que ahora que era grande, tenía dinero y podía permitírselo, pues por qué no iba a hacerlo.

El problema era mamá, que decía que no se puede vivir en un séptimo en las Delicias con dos caballos y que la caravana no iba a caber en el comedor. Mamá siempre ha sido bastante aguafiestas. Entre la tata, papá y yo la atamos, la amordazamos y la bajamos al trastero.

A la semana ya nos dimos cuenta de que mamá tenía razón: los caballos llenan todo de caca, las pacas de paja caben justas en el ascensor y hay que subir andando, y la caravana no cabe en el comedor…

Pero ahora con lo enfadada que debe de estar, a ver quien la desata…

Escondiendo

Dentro de un rato vendrán a buscarlas, una de esas certezas sin pizca de base de lógica que te golpea como un cubito de hielo y te petrifica. Me vino entre anuncio de coche y anuncio de carrefour, y treinta segundos después estaba buscando una baldosa floja en la masa blanca del baño para esconder detrás las canicas.

Primero fueron las canicas, luego los tenedores, los bolígrafos azules, las especias, y hasta hoy sin conflicto.

Sé que con mi hijo pequeño doy un paso hacia el conflicto. Hoy todo muda, me siento un hombre nuevo, y me atrae tanto...

Bruno quiere trufas

Bruno quiere trufas. Sabe que ya lleva un montón, que le duele la tripa, que lleva las manos y la cara marrones y que mamá dice que ya vale. Pero Bruno quiere trufas. Llora y grita trufas. Bruno es consciente, en cierta manera, solo tiene dos años y un poco, que esta actitud no le lleva a nada porque cada vez mamá está má enfadada, pero los nervios se lo están comiendo y no puede dejar de llorar. Como es predecible, al final mamá se harta y mete a Bruno en la cama castigado antes de las nueve, que es su hora.

Esa noche Bruno duerme mal, se despierta un montón de veces y tiene sueños raros. Por la mañana amanece con diarrea y se hace caca un par de veces encima.

Él no lo sabe, pero en una noche y una mañana ha pasado su primer ataque de ansiedad, su primer mono y su primera resaca. Llegará a ser rutina. Bruno de mayor va a ser goloso. Cada uno encuentra su piedra sin buscarla. La debilidad le da la bienvenida.

Romper platos

Quedábamos para romper platos, vasos, jarras, vajilla en general. Hay gente que se droga para matar el estrés, juega al tenis, escala, se deja el sueldo en las máquinas, maltrata a su pareja, sube y baja montañas, vomita, grita, va al terapeuta. Nosotros rompíamos platos. Nunca faltaban, teníamos habitaciones llenas, pasillos, escaleras, trasteros y garajes. Hasta que nos embargaron el centro por un problema de impagos. Desde entonces me drogo, juego al billar, hago barrancos, juego al bingo, maltrato psicológicamente a mi novio y, abiertamente, aunque alguna vez me desquite en casa con un par de platos, soy menos feliz.

Disfraces

Nos gustaba disfrazarnos para salir de farra los sábados, aunque la ocasión no lo mereciera, aunque no se celebrara nada. Nos gustaba disfrazarnos y creernos el disfraz, adoptar el rol y ser lo que no éramos.

Hacíamos fines de semana monográficos, todos de perro, todos de presentador de telediario, todos de hortaliza... Hasta el día en que nos disfrazamos todos de jovencitas adolescentes. Paco estaba preciosa. Empezamos jugando y hoy somos pareja estable. Lo único triste es que dejamos de disfrazarnos los fines de semana.

Para el sábado por la noche yo suelo llevar vestidos entallados y a Paco le gustan más las minifaldas.

Variaciones sobre pececitos naranjas

–La enorme pecera rectangular siempre fue un sitio amable para vivir, con los territorios bien claros y marcados, el purificador burbujeante, el barquito hundido en el fondo y la mano puntual a las nueve y diez de la mañana, generosa de gambas, plancton y vitaminas. No entiendo porque ahora se me impone esta libertad infinita del río sin límites si mi felicidad estaba en la rutina de paredes de cristal de la pecera... –pensaba el pececito naranja. Y con el despiste de tamaña reflexión apenas sintió el pico del aguilucho lagunero desgarrandole las branquias.

La autocompasión casi nunca conlleva soluciones. Pero eso tampoco es nuevo, ¿no?

Asamblea plenaria

Los peces naranjas de la fuente de la placita se reunieron en asamblea plenaria para decidir si se comían el pan que, en pequeñas migas, un niño arrojaba al agua o por el contrario, conducta muy común en este tipo de peces, corrían a esconderse sin ningún tipo de sentido ni dirección concreta porque no había donde hacerlo.

Media hora la dedicaron a decidir como harían constar las decisiones tomadas en la asamblea, siendo como eran peces naranjas, sin boli, papel, ordenador, maquina de escribir, manos ni dedos. Como es obvio, no llegaron a nada.

Disolviose la asamblea y unos peces, los más, subieron a comerse las migas, el resto, los menos, como también resulta obvio, se dedicaron a dar vueltas, una vez más, buscando donde esconderse sin que hubiera donde.

Como es constatable, los peces mantuvieron sus conductas básicas sin variación.

La próxima vez, el esquema de desarrollo de la acción será el mismo. Los peces siempre realizan asambleas, pero como su memoria dura unos segundos olvidan lo discutido de una vez para otra, empiezan siempre de cero y la disuelven en el mismo punto en que la disolvieron la vez pasada.

Bien se vale, si no a ver quien coño los pesca, pensó el niño cuando los primeros peces subieron a por el cebo.

El príncipe azul

El príncipe azul besó a la princesa y se convirtió en rana, hasta aquí todo normal, predecible. El problema es que no sabía usar las branquias. Se tambaleó, cayó de lado y murió de asfixia.