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Todos los relatos (página 5 de 13)

Despertar

En episodios anteriores he despertado solo o acompañado, con y sin resaca, tiritando de frío o bañado en sudor. Pero esto de hoy es inaudito, no tiene nombre: me he despertado creyendo en dios. Con fe firme. Sin resquicios.

Tomo un vasito de agua y regreso a la cama. Ruego a nuestro señor para despertar ateo y con ganas de hacer pis, según tengo por costumbre.

La cebolla sonriente

La cebolla no paraba de sonreir, ni siquiera mientras la apuñalaba y la cortaba a juliana. Estuve una tarde sin parar de llorar. Al principio por el jugo que me saltaba a los ojos, luego por todo lo que dije, después por todo lo que callé.

Día tras día, verdulería tras verdulería, supermercados y badulakes. No encuentro, no hay más cebollas sonrientes.

Mira que lloré y lo a poco que me supo. Necesitaría diez cebollas sonrientes más para llorar todo lo que me falta, todo lo que me sobra, todas las espaldas que no acaricié, todos los sitios a los que no fui, todas las veces que aparté la mirada, todos los cuentos que ya no escribo.

El cuaderno rojo

Era el primer cuaderno entero para él solo de toda su vida: tamaño cuartilla, cuadriculado, de tapas duras y rojas, lleno de hojas vírgenes para llenar de garabatos, retratos de papá, de mamá y el hermanito, y los primeros ensayos de palabras. A Pablo le hizo muchísima ilusión. Tanto que a mamá le dio no sé qué el abrirlo y saborear las señales y símbolos de la vida interior de Pablo. El día que mamá, como quien comete un robo (o al menos así se sentía) entró al cuarto de Pablo, abrió el cuaderno y leyó davi muetro y tato malo sintió un sudor frío, corrió al ritmo de su corazón a la cuna, en su dormitorio, pero cuando llegó, Pablo, con la almohada aún entre las manos, ya había dejado de apretar.

Progresiones

La rana llegó a su casa machacada por la jornada de trabajo. Subió despacito los escalones que separaban el patio del tercero derecha y suspiró mientras buscaba las llaves en el bolsillo.

Así no podía seguir y lo sabía. Se estaba dejando la piel, total, para nada. Con la mierda de contrato que le habían hecho hace tres años, renovado tres veces y sin perspectivas de mejorar ni un ápice, en cualquier momento se volvería a encontrar en la fila del paro. Además, en el nenúfar que le tocaba esta semana y la siguiente no encontraba la postura y empezaba a tener un dolor continuo de espalda, sabía que para el viernes la molestia se iba a convertir en un infierno.

Lo único que le consolaba un poco era echarse, de vez en cuando, un chupito de ron antes de irse a la cama. El problema era que cada vez se lo echaba menos de vez en cuando y más cada noche. Todavía no se había dado cuenta (es lo que tienen las adicciones) que hacía ya tres meses que era una costumbre en lugar de un lujo.

El día siguiente fue el primero que desayuno ron y llegó un poco contenta al trabajo.

Antes de que le tocara cambiar de nenúfar ya estaba en el paro.

Por aquí pasa alguna vez llamando a los timbres para ver si alguna alma piadosa le da unos céntimos. A mi me preocupa. Como es tan pequeñita y verde, como el parquet, un día la van a pisar.

Fracaso

Decidido a acabar con mi vida, me arrojo al paso del tranvía. Un joven se tumba junto a mí, sin pedir permiso, mientras el convoy llega y no llega. Al poco, una pareja se acomoda a nuestro lado.

Cuatro personas tendidas son suficientes para alertar al tranviario, que comienza a frenar la marcha del vehículo. Cuando el tranvía se detiene a un palmo de mi brazo izquierdo, los individuos tumbados en el suelo se pueden contar –hay quien lo hace– por docenas.

El mundo del arte me loa y me concede el no deseado título de Rey de la intervención urbana y considera la Tumbada sobre las vías como mi primer gran éxito.

Yo, que la considero un fracaso, me decanto por el salto al vacío.

Instante

Surge el agujero en la pared del fondo y ahora no sé salir de él.

Caracol

El caracol era lila, del tamaño de una manzana y dócil y mimoso como un gato. Vivía en la bandeja de embutidos de la nevera. Toda la familia adorábamos al caracol. Mi madre abría la nevera y sonreía al caracol. Mi hermana no quería ir al colegio sin darle un beso. El día que murió el caracol fue un trauma para todos. Mi padre empezó a beber, mi madre pidió el divorcio, mi hermana se enganchó al caballo y yo empecé a escribir.

La cuerda de re

Sucedió que el lunes un destello azul visitó nuestro salón y la cuerda de re, la cuarta, desapareció sin dejar rastro, señas, ni armónicos.

Ayer recibimos postal suya: estudia suomi y ha aprendido a cocinar unos tallarines deliciosos que promete preparar pronto para todos nosotros.

También para ti.

Pastos

–Has rozado con tu cuerno la flor sagrada de Hum –dijo la tortuga.

El unicornio, que sólo pastaba, alzó la testa sorprendido.

–Perdonad, noble bestia, desconocía la sacralidad de estas flores.

La tortuga, indignada, replicó:

–Estúpido animal mitológico. –Y concentrándose, cerró los ojos y gritó: –¡¡Desaparece!!

El unicornio, sorprendentemente lo hizo, con un estético pop.

De la necesidad de la novela

Dos hombres discuten, caminando las llanuras del Sukandú, la necesidad de la novela.

El hombre más bajo la niega.

El más alto cae y muere.