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Todos los relatos (página 8 de 13)

Deshonra

El emperador no pudiendo soportar la deshonra arrojó a su hija a los leones. Los leones también se la follaron.

El cerezo

El genio de las matemáticas cavó el hoyo en el jardín e introdujo dentro el arbolito. Durante años lo regó y abonó con cariño para que creciera alto y robusto, el magnífico cerezo le proporcionaba exquisitos frutos, pero... el genio de las matemáticas no era feliz, su árbol no lo amaba, su raíz no era cuadrada.

Llamada

Le telefoneo para decirle que por fin todo acabó, que al fin la he olvidado, que hoy mismo he escrito un cuentito en el que ella muere y su cadáver huele mal.

Pero no puede atender mi llamada. Con las prisas por coger el teléfono, resbala en la bañera y muere. Tarde o temprano, su cadáver desprenderá mal olor.

Olvido

Salgo a la calle. De inmediato olvido la razón de mi salida. A continuación olvido dónde estaba antes de salir.

Y sé que pronto olvidaré que estoy escribiendo.

La caravana de papá

Papá compró una caravana, como las del oeste, o por lo menos como las de las pelis del oeste, y dos caballos, uno canela y blanco y otro negro. A mi tata y a mí nos pareció fantástico, es guay tener caballos en casa, aunque en el cole todos los niños nos llamasen mentirosas cuando lo contábamos.

Papá decía que era un sueño que había tenido desde que era pequeño como nosotras (aunque yo no me creo mucho que papá haya sido pequeño como yo, ¿entonces, cómo iba a tenernos a mí y a la tata? –contradicciones de los mayores), y que ahora que era grande, tenía dinero y podía permitírselo, pues por qué no iba a hacerlo.

El problema era mamá, que decía que no se puede vivir en un séptimo en las Delicias con dos caballos y que la caravana no iba a caber en el comedor. Mamá siempre ha sido bastante aguafiestas. Entre la tata, papá y yo la atamos, la amordazamos y la bajamos al trastero.

A la semana ya nos dimos cuenta de que mamá tenía razón: los caballos llenan todo de caca, las pacas de paja caben justas en el ascensor y hay que subir andando, y la caravana no cabe en el comedor…

Pero ahora con lo enfadada que debe de estar, a ver quien la desata…

Escondiendo

Dentro de un rato vendrán a buscarlas, una de esas certezas sin pizca de base de lógica que te golpea como un cubito de hielo y te petrifica. Me vino entre anuncio de coche y anuncio de carrefour, y treinta segundos después estaba buscando una baldosa floja en la masa blanca del baño para esconder detrás las canicas.

Primero fueron las canicas, luego los tenedores, los bolígrafos azules, las especias, y hasta hoy sin conflicto.

Sé que con mi hijo pequeño doy un paso hacia el conflicto. Hoy todo muda, me siento un hombre nuevo, y me atrae tanto...

Qué linda era

Ha pasado mucho tiempo, pero ella conserva los mismos ojos negros –quizá incluso más negros–, la misma melena morena y lisa, la misma nariz respingona, idéntica y perfecta dentadura.

Veinte, quizá veintidós años que no la veía, pero la he reconocido de inmediato: Ana Clara Rodríguez Sanz, antiguo amor de instituto. Qué linda era, qué linda es.

Mas la ciencia forense no admite sentimentalismos ni identificaciones visuales de antiquísimos amantes. He de extraerle sangre, tomar sus huellas dactilares. Analizar, comparar, colocar una etiqueta en el pulgar de su pie izquierdo y muerto.

Bruno quiere trufas

Bruno quiere trufas. Sabe que ya lleva un montón, que le duele la tripa, que lleva las manos y la cara marrones y que mamá dice que ya vale. Pero Bruno quiere trufas. Llora y grita trufas. Bruno es consciente, en cierta manera, solo tiene dos años y un poco, que esta actitud no le lleva a nada porque cada vez mamá está má enfadada, pero los nervios se lo están comiendo y no puede dejar de llorar. Como es predecible, al final mamá se harta y mete a Bruno en la cama castigado antes de las nueve, que es su hora.

Esa noche Bruno duerme mal, se despierta un montón de veces y tiene sueños raros. Por la mañana amanece con diarrea y se hace caca un par de veces encima.

Él no lo sabe, pero en una noche y una mañana ha pasado su primer ataque de ansiedad, su primer mono y su primera resaca. Llegará a ser rutina. Bruno de mayor va a ser goloso. Cada uno encuentra su piedra sin buscarla. La debilidad le da la bienvenida.

Romper platos

Quedábamos para romper platos, vasos, jarras, vajilla en general. Hay gente que se droga para matar el estrés, juega al tenis, escala, se deja el sueldo en las máquinas, maltrata a su pareja, sube y baja montañas, vomita, grita, va al terapeuta. Nosotros rompíamos platos. Nunca faltaban, teníamos habitaciones llenas, pasillos, escaleras, trasteros y garajes. Hasta que nos embargaron el centro por un problema de impagos. Desde entonces me drogo, juego al billar, hago barrancos, juego al bingo, maltrato psicológicamente a mi novio y, abiertamente, aunque alguna vez me desquite en casa con un par de platos, soy menos feliz.

Ojos, recuerdos

–¿Las canicas? No, no son canicas. Lo que ves en ese tarro, sobre la cómoda, junto a la cajita labrada, son recuerdos.

»Verás, del primer amor me quedaron un par: el de su lengua, húmeda, juguetona en mi boca, el de sus ojos mirándome dulces, claros, callados.

»De aquellas otras, vaya, cómo las quise, me quedó el recuerdo de sus ojos negros, valencianos, de miel, azules, grises, maños.

»Descubrí que cada amor me dejaba un vacío y un recuerdo, y el recuerdo era siempre el de sus ojos.

»No, no te asustes. En el tarro no hay ojos, solo recuerdos.